El redoble del corazón le produce la necesidad imperiosa de comprobar un par de sus (in)constantes vitales. Coge el aparatito de plástico negro, lo saca de su funda y se lo coloca en el dedo índice de la mano izquierda (sí, lo tenía que limpiar con alcohol, pero no está para esas cosas). Lo enciende.
93 - 110
O2 bajo, pulsaciones altas. ¿Pero qué coño...? Ah vale, que tiene que esperar unos minutos. Se tumba, alza la mano donde lo tiene puesto y espera (no, hoy no tocan sombras chinescas).
Mientras, Monica le está haciendo un prepucio de pega a Joey.
96 - 99
Bueno, mejor. El corazón sigue bumbumbumbum, pero con un par menos de bums. El O2 ha subido, en teoría respira mejor. ¿Respiras mejor? Psé. Desde que le extirparon las branquias no respira, se limita a coger aire a bocanadas y a expulsarlo de golpe, con un ligero jadeo apenas imperceptible a las cinco de la tarde, pero que a las dos de la mañana suena como si se desinflase un zepelín (una vez los vecinos, asustados, llamaron a la policía. Se tuvieron que volver con las manos vacías porque no supieron decir qué era un zepelín).